–Netflix ha estrenado recientemente la serie “Inventing Anna“, basada de manera más o menos libre en la vida de Anna Sorokin o “Anna Delvey”, una joven nacida en Rusia que se hizo pasar por una millonaria heredera europea y en el camino desfalcó a empresarios, bancos y amigos en Nueva York. Aunque la serie, producida por Shonda Rhimes, no llega a convencer del todo (la historia original, publicada por la periodista Jessica Pressler en un reportaje titulado How Anna Delvey tricked New York’s Party People, en cualquier caso, es por mucho más interesante), resulta también un buen artefacto para pensar el papel de las mentiras, la especulación y el hype -o el “bombo”, diríamos en español- en el modo de hacer negocios contemporáneo.
-AKA “Anna Delvey” logra, bajo la promesa de futuros ingresos y rodeada de la gente correcta (galeristas, arquitectos, especialistas gastronómicos, directores de fondos de inversión), que las ruedas del autobus de la especulación financiera sigan girando. Todo esto es indesligable -y esto queda bastante claro en la serie, a través de algunos de los vínculos de Delvey- del contexto creado por el boom de las startups milagrosas y el ethos de Silicon Valley. Imposible aquí no establecer un vínculo entre Anna y compañía y otra famosa mujer que hoy, como Anna, también debe responder ante los tribunales: Elizabeth Holmes, creadora de Theranos. Holmes, como Anna Delvey, también tiene su serie, de corte más sobrio y periodístico, en HBO: “Desangrando a Silicon Valley”.
-El estreno del trailer de la película “Hasta que nos volvamos a encontrar” ha demostrado una vez más lo diferentes que son las economías libidinales y afectivas de las redes sociales: mientras que el réclame fue excelentemente recibido en Facebook, en Twitter la discusión pasó de la imaginería propia de un comercial de PromPerú y el pobre guion a acusar a Renata Flores, joven ayacuchana que hace rap y trap en quechua, de apropiación cultural. Debo confesar que tengo un problema con tal categoría: no porque crea que no existe, sino porque, la más de las veces, termina derivando en un esencialismo tan gaseoso y metafísico como inútil. A Flores, por ejemplo, se le acusó de “ser occidental” y de estar “alienada” -ello, claro, reproduce la falsa idea de que existe hoy por hoy una cultura “genuina”, no tocada por Occidente. La polémica sigue porque, en este país, el que se aburre es porque quiere.